Otro sábado en el kibbutz

 

Sábado de por medio vamos a visitar a mis abuelos que viven en el kibbutz. Lo venimos haciendo desde que yo era muy chico.

 

En el camino nos vinimos peleando con mi hermana, que no me quiso dar el Ipad aunque era mi turno de usarlo. Al final mi mama se calentó y el resultado fue que nos quedamos los dos sin Ipad por una semana.

 

Así que me aburrí de lo lindo mirando por la ventanilla todo el camino hasta el kibbutz Givat Brenner.

 

Tzvika, mi amigo en el kibbutz, publicó en el Facebook que está en Eilat. Este sábado, sin Tzvika y sin Ipad, prometía ser especialmente aburrido.

 

Las cosas empeoraron aun más. Cuando llegamos, nos enteramos que la abuela tuvo otra recaída. Toda la casa estaba oscura y desordenada, y tuvimos que comer en el Comedor Comunal, que tiene una comida horrible.

 

Llevé la pelota como para pasar el rato con mi Viejo. El abuelo me llamó para subirme al tractor rojo decrépito que está al lado del Comedor, pero yo ni le contesté. Cuando era más chico, me encantaba subirme al tractor oxidado, y escuchar historias de pioneros de boca del abuelo. Pero Tzvika, que ya hizo su Bar Mitzvah y tiene un año más que yo, me advirtió que subirse al tractor es típico de un “ieled kafot”(*). Así que, ni loco me subo. El abuelo se quedó muy triste al costado del campito, mientras yo jugaba con mi papá.

 

De repente, el abuelo se acordó que desde las 14:00 no se puede hacer ruido, así que nos ordenó terminar el juego. Yo lo miré con mucha bronca, y tiré la pelota bien lejos para que el juego dure un poco más. Mi papá medio se enojó también con él, le dijo que para qué le pide que traiga a los nietos si después no pueden hacer nada.

 

Cuando llegué al lado de la pelota, vi una paloma muerta. Estaba medio podrida, una mezcla horrorosa de cabeza sin ojos, plumas y huesos. Volví caminando despacito. Mientras me acercaba, yo miraba los huesos de la mano del abuelo.

 

Cuando pasé a su lado, escuché que el abuelo le hablaba al tractor:

- Vos y yo ya estamos de más acá, somos dos piezas oxidadas de museo que no sirven para nada, solamente ocupan lugar.

 

Lo dijo en voz bien baja, para que yo no lo oiga. Pero yo lo escuché igual.

 

Fui corriendo, me subí al tractor, lo abracé al abuelo y le pedí que me cuente historias de pioneros. Al abuelo la sonrisa no le entraba en la cara, pero se repuso y comenzó a contarme mientras me acariciaba la cabeza (espero que Tzvika no se entere…).

 

Mi papá y la pelota se quedaron al costado, con los ojos bien abiertos y sin entender nada.

 

Claudio Avi Chami

 

(*) “ieled kafot” – en hebreo, slang por “debilucho”.

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