Tiempo para un café

 

- Sabés lo que pasa, Mario? Ya no hay valores. Antes de irme pasé por la pieza de los chicos. No les falta nada. Compu, playstation, pilas de juguetes… No, no me quejo, Dios libre y guarde.
Pero, dónde están los valores, Mario? Dónde está el sionismo? Y quién va a ayudarnos contra los árabes? Es una historia de nunca acabar…
- A mí me parece que el problema es que las cosas te van demasiado bien. Estás aburrido, eso es todo.
(Y pensar que me lo está diciendo sentado al volante de la única Ferrari amarilla en todo Tel Aviv, modelo 2007. Pero es cierto, aunque a Mario le va mucho mejor que a mí, nunca se queja, ni tampoco hace demasiado alarde de su plata. Fuera de los autos, su única debilidad).

 

- Mirá, te invito a tomar algo en lo de Lenczner. Todavía no puedo creer que nunca estuviste allí. Vas a ver, es un lugar muy especial, siempre pasan allí cosas MUY interesantes.
- OK, te acepto la invitación, pero no es de aburrido nomás. A veces pienso que llegué demasiado tarde a Israel, me hubiera gustado llegar aquí, digamos, cincuenta años atrás. Contruir la patria desde cero, vivir una vida plena y no esta superficialidad de hoy que…

 

Llegamos. Como siempre, Mario encontró estacionamiento en la misma puerta del lugar al que viajamos. En este caso, un bar en calle Shenkin, en pleno centro de Tel Aviv, un viernes al mediodía. Pero con Mario, ya nada me asombra.

No vi nada demasiado especial en el bar. Una moza muy jovencita nos atendió, camisa negra con el logotipo del bar, y apenas si miré las fotos antiguas del bar, con sus mozos en camisa blanca, en una calle Shenkin desierta, de hace mucho tiempo atrás.
Las chicas que pasaban por la calle eran mucho más interesantes.

 

Cuando terminamos de comer, subí al baño.

Más que subir, trepé, por una de esas escaleras de caracol tan estrechas que uno se contorsiona en cada escalón, y queda todo el tiempo mirando para el lado del pasamanos.
En el baño faltaba un mosaico en la pared, y en el revoque, alguien dibujó un smiley con dos largas rayas verticales que se supone son los ojos, muy juntos en el medio de la frente.
Pasé la mano por el revoque y me pareció que el smiley brillaba… Puta madre, este Mario con su hablar hipnótico ya me hizo creer en pavadas… Algún día me van a internar por escuchar las taradeces que me mete en la cabeza. Bueno, por lo menos eso es lo que siempre me dice mi esposa.


Debo haber tardado más de lo que pensaba. La mesa estaba vacía, pero alcancé a ver que Mario había dejado incluso para la propina. Menos mal. Lo saludé a Massoud, el mozo, que ya estaba limpiando la mesa, con su impecable camisa blanca de todos los días.
La calle estaba casi vacía. Mario me esperaba en su auto, con la sonrisa satisfecha de quien se sabe poseedor de un Chrysler Windsor ’57 nuevito. El único en Tel Aviv.

 

- Todo bien?, me preguntó.
- Vos sabés que estoy preocupado todavía. El año pasado les ganamos a los egipcios, pero solamente porque teníamos a los ingleses y a los franceses de nuestro lado. La próxima vez, quién nos va a ayudar? Es una historia de nunca acabar…
- …
- Aparte, vos sabés que la plata apenas si nos alcanza. Casi toda la ropa de mi nene es “herencia” del primo. No me quejo, Dios libre y guarde. Pero a veces me gustaría poder transportarme al futuro, poder ver si todo nuestro esfuerzo sirvió de algo.


Poder vivir en un tiempo más normal, sin tantas privaciones. Es mucho pedir?

 

Claudio Avi Chami

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