Prisionero en Otro Planeta

 

Son altos, muy altos. Mucho más altos que yo. Siento que vivir entre ellos es vivir en un bosque de extremidades, que es casi lo único que alcanzo a percibir de su presencia. 

De vez en cuando, sin que yo entienda cómo, alguno de ellos hace un movimiento imposible y de repente me encuentro frente a frente con un rostro. Tienen dos ojos como yo, pero la nariz y la boca son ridículamente pequeñas. Es imposible entender como pueden comer. 

Pero de todos modos, e invariablemente, el gesto de sus rostros es aquel que he aprendido a entender como de amor y felicidad. Me quieren y me cuidan. 

Comida y resguardo nunca me faltan. Dos o tres veces al día me sacan a pasear. El Sol que veo en el cielo es el mismo Sol que recuerdo desde siempre... o estaré perdiendo la memoria? 

No estoy solo en este planeta. A veces, durante mis paseos, veo otros como yo con sus amos. Y en algunas de esas ocasiones, me permiten acercarme a mis semejantes. Esos son momentos de gran emoción... pero pasados unos minutos, no queda mucho por decir. 

Me avergüenzo de lo limitado de mi lenguaje. Cuando ellos hablan es realmente una comunicación profunda. Por lo menos, así me lo parece aunque comprendo bastante poco de su lenguaje. Lo mismo puede decirse de la mayoría de sus actividades, que realizan en superficies de trabajo para mi inalcanzables, o de sus aparatos, para mí incomprensibles. 

A veces me dejan solo. Cómo no tengo manera de medir el tiempo, la espera se hace a veces insoportable. Nunca se olvidan de dejarme comida antes de irse, pero una vez saciado el hambre, el aburrimiento y la espera se hacen insoportables. 

Pero por otro lado, extraño la libertad. No sé por qué, si no me falta nada, pero aún así la extraño. 

Ayer ocurrió lo increíble. Alguien cerró mal el acceso a nuestra vivienda comunal. Dudando mucho, di un paso. Y otro paso. Y otro, y otro más. Hasta que salí afuera. 

En la calle, el Sol estaba por ponerse. Comencé a caminar, al comienzo despacio, después más rápido, hasta que empecé a correr. Mi presencia no pasaba desapercibida, muchos amos me miraban extrañados y uno que otro me señalaba. Finalmente me escondí en un terreno vacío y oscuro. 

Llegó la noche y con ella el hambre. No pude dormir, sentía movimientos extraños a mi alrededor, oía ruidos más extraños aún. Algo me picó, y aunque el dolor no era muy fuerte, sentí mucho miedo. 

Empecé a correr en medio de la oscuridad. Corrí y corrí sin pensar, hasta llegar a la calle y a la luz. Y entonces me di cuenta que estaba perdido. 

Para cuando encontré nuevamente mi vivienda, el Sol estaba bien alto en el cielo. El acceso estaba cerrado. Sentado a la puerta, sucio y hambriento, primero la golpée, después grité, pero nada ayudó. 

No sé cuanto tiempo estuve llorando a los gritos... hasta que alguien me abrió. 

No me preguntaron nada, y nada dije. Ni siquiera toqué la comida, me fui a mi habitación y sin saber ni siquiera cómo, me tiré en mi cama y me dormí.

 

Claudio Avi Chami

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